Cuando el mundo se apresta a conmemorar los 80 años de la liberación de Europa de la horrible guerra que promovió el nazismo y que dejó millones de muertos, triste es pensar que para muchos la civilización no ha logrado afianzar los criterios de armonía y respeto que deben amparar al ser humano y a la comunidad a la que pertenecen.
Las noticias de guerra que nos llegan del conflicto entre Rusia y Ucrania, así como de Israel y Palestina, nos conmueven al pensar que esos y otros territorios todavía no han podido desarrollar la condición humana para pensar en que el razonamiento y el respeto a los elementales derechos humanos deben impedir cualquier enfrentamiento en donde llegue a primar la barbarie, la desolación y el crimen.
Los conflictos políticos que llegan a las líneas extremas siempre llevan a sus protagonistas a pensar en Maquiavelo y su tesis de que el fin justifica los medios, cuando no es más que la pretensión para justificar el crimen como instrumento de lucha política. Quienes apelan a ella solo logran obtener triunfos pírricos que pronto la misma humanidad se encarga de condenar y rechazar enérgicamente como resultado de una irracionalidad que primó sobre la razón y sobre la condición humana.
Leyendo el extraordinario libro que acaba de publicar el escritor Pablo Montoya, Marco Aurelio y los límites del imperio, me encuentro con una frase de Galeno, filósofo y médico griego, que dice: “Las guerras son la prueba máxima de que los humanos descendemos de los demonios y no de los dioses”, a la cual añado una de Nelson Mandela, pronunciada varios siglos después, que dice: “En todo conflicto, un muerto es ya demasiado”.
El problema de muchos sectores de la población es que han vivido dentro de la guerra y no conocen otros métodos para solucionar un conflicto, sino el de la imposición a la fuerza de su modo de pensar, así tengan que sacrificar la humanidad. Eso aprendieron y eso pusieron en práctica, donde no les ha sido posible asimilar la civilización y entender la condición humana. Aprendieron de demonios y se quedaron demonios. Sí, su extremismo les impide asimilar otra cosa que no sea lo que cultivaron y lo que pusieron en práctica. Por eso son reacios al diálogo, ven la concertación como una cosa ridícula y desprecian a todo el que no piensa igual que ellos. Rehúyen al diálogo, pues lo ven como un escenario de rendición, ya que sus postulados los consideran intocables, cuando todo lo intocable no es más que la razón de la sinrazón.
Mientras tanto, se acaba de publicar el presupuesto para el gasto militar en América Latina. Lo lidera Brasil con 22.888 millones de dólares en un año. Le sigue México con 11.826 millones, y a continuación Colombia, con 10.701 millones.