Érase una vez la IA…
Durante el siglo XX fue avanzando lentamente en el ámbito de la ingeniería computacional, pero también en paralelo, en el entorno del marketing y la empresa, donde se empezaron a desarrollar sistemas automáticos para el procesamiento de la información y del lenguaje natural.
Aun así, para el común de los mortales, la IA era una gran desconocida hasta hace poco y, por supuesto, solo algunos pensaban que fuera a formar parte de sus tareas cotidianas, como consultar recetas o ayudar a sus hijos a hacer los deberes escolares.
Aunque no estuviéramos del todo en ese grupo de “alejados de la IA”, confieso que me sorprendió cuando leyendo un relato de Roald Dahl, llamado “El gran gramatizador automático”, descubrimos que ya en el año 1958, este autor describió una máquina de IA generativa, al más puro estilo Chat GPT, para escribir textos narrativos.
En su relato, un ingeniero con vocación de escritor, como nos sucede a algunos de nuestra generación, ávido de reconocimiento, más que de fortuna, inventa una máquina que produce libros tal y como, en esencia, lo hace la inteligencia artificial.
Su idea era simple. Meter en este aparato una serie de “inputs” o variables para la introducción del texto: el nudo de la historia, los personajes, las localizaciones, las épocas… Y, una vez hecho esto, mezclarlo todo, como el mejor barman, obteniendo de ese coctel literario, diferentes relatos, coherentes todos ellos y siempre diferentes entre sí.
Leyendo este texto, y conociendo otras obras del autor, constaté que estaba ante otro Julio Verne de la historia, una persona visionaria de mente privilegiada, capaz de adelantarse al futuro. Ante tales genios, a veces no puedo evitar pensar que de alguna forma se hicieron con el DeLorean y viajaron al futuro con Marty McFly.
Más presagios de la IA en libros
En fin, volviendo al tema que nos ocupa de la IA, y dada mi fijación con la literatura, me entró la curiosidad de investigar si este era un caso aislado o habían existido más presagios de la IA en libros “antiguos”, y sorprendentemente (o no) descubrí que efectivamente Dahl no fue el único.
Otros ejemplos reales
Isaac Asimov, en 1950, escribió “Yo, Robot” y sus conocidas leyes de la robótica para supuestamente garantizar la convivencia entre las personas y los robots, esto es, entre la humanidad y la inteligencia artificial. Pero esta coexistencia, como sabemos, no estaba exenta de riesgos. No vas a negarme, que este peligro y miedo a la evolución de la tecnología, está presente en muchos debates de plena actualidad, 75 años después.
Seguro que también vieron la película de Stanley Kubrick, “2001: Odisea en el espacio”, basada en el libro “El centinela”, que Arthur C. Clark escribió en 1948. Kubrick contó con el propio autor como coguionista, quien, para este fin, escribió su novela: “2001: Una odisea espacial (1968)”.
Arthur C. Clark era, además de escritor, matemático y físico. En 2023, la BBC rescató un vídeo grabado en 1964, en el que el autor británico mostraba su visión del futuro y de la evolución de la tecnología, adelantando aplicaciones de , como pueden ser el teletrabajo o incluso la telemedicina, y cómo no, la inteligencia artificial.
El vídeo no tiene desperdicio, y los invito a buscarlo y visualizarlo en su totalidad, pero les dejo aquí algunas de sus frases que más me han impactado:
“Los habitantes más inteligentes del mundo del futuro no serán ni hombres ni monos, serán máquinas: los descendientes de las computadoras de hoy.
Los cerebros electrónicos actuales son tontos, pero esto no será así en otra generación. Ellos comenzarán a pensar y, eventualmente, superarán por completo a sus creadores. ¿Es esto deprimente?
No veo por qué. Nosotros superamos a los neandertales y consideramos ser una mejora. Creo que deberíamos verlo como un privilegio: ser uno de los primeros pasos hacia cosas mejores”.
(Arthur C. Clark, 1964).
Reflexión final, si mucho de lo que en su día eran relatos de ciencia ficción, disparatados para la mayoría, hoy son una constatable realidad, qué nos deparará el futuro de la tecnología, ahora que su potencialidad ya no es “un cuento chino”.
Imaginemos pues… y veremos.
Rafael Quiceno Pulido
Santiago de Chile
Domingo 1 de junio de 2025