Opinión

Pócima contra la manipulación: Manual para resistir el abuso y restaurar la dignidad.

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En el escenario brillante de la fama, donde las luces ciegan más de lo que iluminan, hay peligros que se ocultan bajo la promesa del éxito. La industria del entretenimiento, durante décadas, ha servido tanto como trampolín como trampa. Niños, niñas y adolescentes han sido empujados hacia un mundo que exige madurez antes de tiempo, obediencia ciega y silencio cómplice. Los casos de Sergio Andrade en México y las denuncias contra el grupo Menudo en Puerto Rico son heridas abiertas que aún supuran verdad.

Sergio Andrade, productor y figura influyente en el medio musical mexicano, fue condenado por corrupción de menores. Bajo su figura de mentor, muchas adolescentes fueron captadas con promesas de fama y formación artística. Pero detrás de ese rostro público se escondía un sistema de aislamiento, coerción y abuso. Gloria Trevi, una de las artistas más cercanas a Andrade, fue procesada y liberada tras no encontrarse pruebas concluyentes de complicidad. Sin embargo, las secuelas emocionales, sociales y legales del llamado “clan Trevi-Andrade” marcaron a toda una generación.

En el caso de Menudo, el grupo puertorriqueño que arrasó con el mercado pop en los años 80 y 90, exintegrantes como Roy Rosselló han denunciado públicamente haber sido víctimas de abusos sexuales y físicos. Aunque las denuncias aún no han culminado en sentencias judiciales, los testimonios comparten patrones: manipulación, explotación infantil, presión psicológica y redes de silencio. El brillo del espectáculo encubría una estructura que anteponía el éxito comercial al bienestar humano.

Pero no todas las historias terminaron en tragedia. Lucero, estrella mexicana desde temprana edad, logró evitar una experiencia similar gracias a la intervención de su madre. Cuando un productor poderoso intentó cruzar límites, su madre actuó sin titubeos. No se dejó cegar por la fama ni se doblegó ante la influencia. Eligió proteger a su hija, y esa elección hizo toda la diferencia. Porque muchas veces, lo que salva no es la suerte, sino la presencia firme de un adulto que no se rinde.

Carl Jung escribió que “donde reina el amor no hay voluntad de poder; y donde predomina el poder, el amor falta” (Jung, 1959). Esa frase desnuda el alma del abuso: quien necesita dominar no sabe amar. Y el abusador rara vez entra con violencia. Lo hace con halagos, atención especial, gestos que parecen cuidado, pero que en realidad son la apertura a un ciclo de control emocional. Nombrarlo es el primer acto de libertad.

En cada joven habita lo que Jung llamó el Self: ese núcleo indestructible, la identidad más profunda, que puede ser cubierta por el miedo, pero no destruida. La manipulación busca apagar esa chispa, pero no puede extinguirla si el entorno la protege. Donald Winnicott hablaba de la importancia de un “ambiente suficientemente bueno” (Winnicott, 1965) como base de la salud psíquica. Y ese ambiente no se logra con talento, ni con contratos: se logra con presencia emocional, con adultos atentos y disponibles.

Como decía Alice Miller, “el niño no puede rebelarse si necesita sobrevivir” (Miller, 1979). Y eso explica por qué muchas víctimas no hablaron durante años. Porque en ese momento, callar fue su única defensa. Bessel van der Kolk escribió: “El cuerpo lleva la cuenta” (van der Kolk, 2014), y en él quedan las huellas del trauma, aunque la memoria consciente intente enterrarlas. Pero también en el cuerpo vive la posibilidad de sanar, de contar otra historia.

No es tarea del niño protegerse solo. Es responsabilidad de los adultos ver lo que el niño no puede ver. Y para eso, hay que mirar las propias heridas. Judith Herman, en su trabajo sobre trauma y poder, afirmó: “El primer acto de la recuperación es recuperar el control” (Herman, 1992). Y ese control no comienza cuando el peligro pasa, sino cuando alguien se atreve a decir: esto no está bien.

Y por eso esta columna es también una alarma. Padres, madres, cuidadores: no dejen a sus hijos solos ante la promesa de fama y dinero. No permitan que los encapsulen, que los alejen de ustedes con discursos de sacrificio o éxito inminente. No se conviertan en espectadores cómplices. La obediencia no es madurez. El silencio no es profesionalismo. El talento no debería doler.

Si un camino exige renunciar al cuerpo, a la voz, a la verdad, ese no es un camino: es una celda disfrazada de escenario. No importa cuán brillante sea el aplauso, si detrás de él hay un niño temblando. La dignidad no es negociable. La libertad no es un lujo. Y el alma de un niño no es moneda de cambio para alimentar la vanidad del mundo adulto.

El abuso busca romper la confianza y secar el alma. Pero hay un lugar en cada ser que permanece intacto. Desde ahí nace la verdad. Desde ahí se vuelve a caminar. Desde ahí —y solo desde ahí— puede volver a nacer su voz.


Referencias bibliográficas

Herman, Judith (1992). Trauma and Recovery: The Aftermath of Violence. Basic Books.

Jung, Carl Gustav (1959). The Collected Works of C.G. Jung: Volume 11, Psychology and Religion. Princeton University Press.

Miller, Alice (1979). The Drama of the Gifted Child: The Search for the True Self. Basic Books.

Van Der Kolk, Bessel (2014). The Body Keeps the Score: Brain, Mind, and Body in the Healing of Trauma. Viking.

Winnicott, D. W. (1965). The Maturational Processes and the Facilitating Environment. International Universities Press.

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