Estas denominaciones corresponden a dos periodos muy importantes de la historia política de Colombia, que abarcaron casi la mitad del siglo XIX y más allá del primer cuarto del siglo XX.
Daniel Gutiérrez Ardila, acaba de publicar un interesante libro, La Regeneración, en donde analiza con sumo detenimiento todo lo acontecido en ese largo periodo, en donde la república buscaba afianzarse en medio de enormes conflictos políticos y guerras civiles, que no estuvieron en condiciones de producir acuerdos que lograran el objetivo de la integración y por esta vía los caminos para el aseguramiento de las garantías políticas, sociales y los elementos del crecimiento efectivo, enmarcados en un escenario de paz y tranquilidad.
Los liberales lograron la supremacía que impuso la Constitución de 1863; si bien es cierto esta Carta abrió espacios de modernidad institucional y progreso, no estuvo dentro de los inspiradores la idea de buscar acercamientos con el bando derrotado, lo cual llevó a imponer un esquema exclusivista, sectario y no garante de garantías políticas, lo que llevó a su desgaste, en medio de una permanente contienda electoral, pues el periodo presidencial fue fijado en dos años y la Constitución nunca fue reformada para propiciar nuevos espacios.
Vino entonces el triunfo de los liberales moderados, que se unieron a los conservadores derrotados, para abrir otro modelo, La Regeneración, que se formalizó a partir de la elección de Julián Trujillo (1878) y que significó también la apertura del camino para la elección de Rafael Núñez (1880) y quien se apoltronó en el poder hasta su muerte el 18 de septiembre de 1894.
Núñez fue el gran idealista, que buscó reformas al esquema radical, pero que no pudo encontrar caminos entre sus socios, que terminaban siempre apagando sus esfuerzos transformadores. Se alió con los conservadores, pero a su lado llegaron los más cerreros doctrinantes de ese partido como Miguel Antonio Caro y su cuñado, Carlos Holguín, quienes gobernaban mientras el presidente titular se ausentaba, debido a sus quebrantos de salud.
Estas circunstancias desembocaron en el cambio de una hegemonía por otra, y el consecuente aplazamiento de la solución de los conflictos políticos, lo que llevó a la explosión de guerras civiles y a la implantación de una violencia partidista que perduró hasta 1930, cuando el partido Liberal vuelve al poder, pero en donde rápidamente regresan los conflictos políticos hasta desembocar en la dictadura militar de Rojas Pinilla (1953).
La cultura política en Colombia, desgraciadamente, no ha logrado evolucionar mucho, y las contiendas llevan siempre al esquema de vencedores y vencidos, sin espacio para los necesarios acuerdos que imponen la unidad de la nación y de sus distintas fuerzas, alrededor de un liderazgo que permita una expresión integral en donde no sea posible el plano de las exclusiones.
Lástima que, en materia política, la memoria esté siempre opacada por las nieblas perturbadoras que no logran disiparse.