En el invierno de 2006, biólogos en Nueva York descubrieron elevados niveles de mortalidad en colonias de murciélagos hibernantes, hallando animales muertos en cuevas y minas. El causante fue identificado como un hongo hasta entonces desconocido para la ciencia, responsable de la enfermedad de la nariz blanca (anteriormente llamada síndrome de la nariz blanca), caracterizada por la aparición de zarcillos pálidos en las fosas nasales de los murciélagos.
Este hongo, Pseudogymnoascus destructans (P. destructans), se ha extendido desde Nueva York a 40 estados de Estados Unidos y nueve provincias en Canadá. DeeAnn Reeder, ecóloga de enfermedades de la Universidad de Bucknell, lo describe como la mortalidad de fauna silvestre más dramática jamás documentada por un patógeno, con millones de murciélagos muertos desde el inicio de la epidemia.
En años recientes, los esfuerzos de conservación han aportado alguna esperanza, gracias a técnicas para proteger murciélagos y ayudar a supervivientes de la enfermedad. Sin embargo, un nuevo estudio internacional publicado el 28 de mayo de 2025 advierte sobre una segunda especie fúngica capaz de asestar otro golpe mortal. Una investigación dirigida por Sébastien Puechmaille, de la Universidad de Montpellier, secuenció el ADN de más de 5,400 muestras de hongos recolectadas por una red de cientos de voluntarios en Europa y Asia para rastrear la evolución del patógeno y su llegada a América del Norte.
El análisis reveló que todas las muestras norteamericanas de P. destructans son genéticamente casi idénticas, derivadas de una sola espora introducida en el continente poco antes de 2006. Se logró determinar que el linaje en Norteamérica coincide estrechamente con muestras de la región de Podillia, en Ucrania, en un área de 46 kilómetros cuadrados. El equipo especula que cueva exploradores estadounidenses, tras la caída de la Unión Soviética en 1991, pudieron introducir accidentalmente esporas adheridas a equipos o botas desde Ucrania hasta EE.UU., desencadenando la epidemia.
El estudio indica además que P. destructans está formado en realidad por dos especies genéticamente distintas, denominadas provisionalmente Pd-1 y Pd-2. Estas especies divergen de un ancestro común hace aproximadamente un millón de años. Mientras Pd-1 abarca una amplia distribución en Europa hasta los montes Urales en Rusia y fue la única introducida en Norteamérica, Pd-2 es menos frecuente en Europa pero también está presente en Asia. Ambas variantes muestran tendencia a infectar especies distintas de murciélagos; se han documentado infecciones mixtas en Europa, aunque hasta ahora en Norteamérica sólo se ha detectado Pd-1.
A diferencia de los murciélagos europeos y asiáticos, que han convivido millones de años con el hongo y toleran la infección, los murciélagos norteamericanos carecían de defensas específicas. Cuando la infección los invade durante la hibernación invernal, su sistema inmunológico reacciona de forma tal que los obliga a despertarse repetidas veces, consumiendo sus reservas de grasa y provocando la muerte por inanición antes del final del invierno. El hongo prospera sólo en temperaturas bajas, desapareciendo al llegar la primavera y formando esporas que pueden sobrevivir en las cuevas durante meses o años, listas para reinfectar a nuevos huéspedes en la siguiente temporada.
El descubrimiento de Pd-2 plantea una seria amenaza adicional: si esta segunda especie lograra introducirse en América del Norte, podría provocar una nueva ola de mortalidad masiva, afectando tanto a especies ya diezmadas por Pd-1, que podrían extinguirse, como a aquellas que lograron sobrevivir a la primera epidemia. Por ello, los investigadores aconsejan medidas estrictas de bioseguridad en la exploración de cuevas, incluyendo la prohibición de traslado de equipos entre países y la desinfección rigurosa de material entre expediciones. Según Puechmaille, basta una sola espora para detonar un nuevo brote.
La identificación y diferenciación de las dos variantes de Pseudogymnoascus destructans no solo aclara el origen genético y geográfico de la pandemia fúngica en Norteamérica, sino que insta a la acción inmediata para prevenir la posible llegada de la segunda especie, dada la magnitud documentada de la mortalidad y el largo alcance de la dispersión que abarca más de 8,000 kilómetros. La evidencia obtenida en este estudio redefine la comprensión sobre la biología del hongo y las rutas de transmisión global, remarcando la importancia de políticas precautorias en conservación y control de enfermedades de la vida silvestre.