La expansión de la inteligencia artificial (IA) ha traído consigo un aumento significativo en el consumo de recursos, especialmente el agua. Los centros de datos que alojan y operan modelos de IA como GPT-3 y ChatGPT requieren enormes cantidades de agua para su enfriamiento. Un estudio reciente revela que el entrenamiento de GPT-3 en los centros de datos de última generación de Microsoft podría consumir hasta 700,000 litros de agua dulce. Esta cifra es alarmante, especialmente cuando se considera que podría utilizarse para producir cientos de vehículos eléctricos.
El impacto del consumo de agua de la IA no se limita a un solo modelo o empresa. Google, por ejemplo, utilizó aproximadamente 12.7 mil millones de litros de agua dulce solo en 2021 para enfriar sus centros de datos en Estados Unidos. Este nivel de consumo plantea serias preguntas sobre la sostenibilidad y la responsabilidad ambiental de las empresas tecnológicas en un mundo donde dos tercios de la población ya enfrentan escasez de agua durante al menos un mes al año.
A pesar de los esfuerzos por reducir la huella de carbono de la IA, su huella hídrica ha recibido menos atención. Sin embargo, es crucial reconocer que el agua es un recurso finito y esencial para la vida. La competencia por el agua entre las necesidades humanas, agrícolas e industriales está aumentando, y el uso intensivo de agua por parte de la IA agrava este desafío. La situación se complica aún más por el cambio climático, que está alterando los patrones de precipitación y exacerbando la escasez de agua en muchas regiones.
Los expertos advierten que si no se aborda el consumo de agua de la IA, podríamos enfrentar una crisis de agua en el futuro. La demanda de agua para enfriar los centros de datos está en conflicto directo con las necesidades de agua para el consumo humano, la agricultura y la preservación de los ecosistemas. Este dilema plantea preguntas éticas y prácticas sobre cómo equilibrar el avance tecnológico con la sostenibilidad ambiental.