La traducción de lenguajes animales, impulsada por el desarrollo de inteligencia artificial (IA), está avanzando a pasos acelerados y podría redefinir la interacción humana con otras especies. El interés por descifrar estas formas de comunicación se intensifica con inversiones significativas como la de la Fundación Jeremy Coller, que ha comprometido 10 millones de dólares para quienes logren traducir el complejo código animal.
Los principales esfuerzos se centran actualmente en los cetáceos, debido a sus notables habilidades de imitación vocal y la complejidad estructurada de sus sonidos. Los cachalotes, por ejemplo, se comunican mediante "codas", rápidas secuencias de clics de apenas una milésima de segundo, que presentan patrones jerárquicos similares al lenguaje humano. El Proyecto Ceti (Iniciativa de Traducción de Cetáceos) utiliza IA avanzada para analizar millones de estas grabaciones, revelando que los cachalotes se turnan para comunicarse, emplean clics específicos para dirigirse a individuos y mantienen dialectos propios. Ceti ha identificado incluso un clic que funcionaría como puntuación y prevé generar comunicación 'ballenística' artificial en 2026.
Google ha desarrollado DolphinGemma, una IA entrenada con 40 años de datos, para analizar y traducir la comunicación entre delfines. Ya en 2013, la IA permitió identificar un clic que los delfines asociaron al sargazo, marcando el primer registro de una "palabra" transferida de una especie al léxico de otra.
Las ballenas jorobadas producen cantos complejos que pueden durar hasta 24 horas y abarcar miles de kilómetros. Los experimentos más recientes incluyeron un diálogo acústico de 20 minutos con la ballena Twain en Alaska, basado en una llamada-respuesta "whup/throp". En Florida, el delfín Zeus fue capaz de imitar sonidos vocálicos humanos como A, E, O y U.
Sin embargo, la traducción del lenguaje animal enfrenta retos inherentes: los animales emplean no solo sonidos, sino también señales visuales, químicas, térmicas y mecánicas, configurando realidades perceptivas muy diferentes a la humana, denominadas 'umwelten' por Jakob von Uexküll. La comprensión automática y total de estos sistemas de señales plantea desafíos filosóficos y cognitivos de gran profundidad.
Además, el ambiente sonoro marino ha cambiado drásticamente. Desde la década de 1960, la actividad humana ha elevado el ruido oceánico en unos tres decibelios por década. El dragado y la perforación por minerales, esenciales para la industria tecnológica, comparten bandas de frecuencia con los cantos de ballenas, afectando gravemente su comunicación. Estudios recientes muestran que las ballenas jorobadas dejan de cantar hasta 1,2 kilómetros antes de acercarse a barcos comerciales, al no poder competir con el ruido antropogénico. Los arrecifes de coral, otrora bulliciosos de vida, se tornan silenciosos si se degradan, lo que evidencia el impacto directo de la acción humana en el entorno natural.
A nivel conceptual, este intento de traducir el lenguaje animal se compara con el de comunicación con inteligencia extraterrestre, como señala la conexión del Proyecto Ceti con el SETI de la NASA. De hecho, algunos de los intercambios acústicos logrados, como el whup/throp, han sido grabados por equipos de SETI al considerarse posible entrenamiento para eventuales contactos con vida inteligente de otros planetas.
La hipótesis de que los lenguajes moldean la experiencia del mundo, tradicionalmente asociada al determinismo lingüístico de Sapir y Whorf, resurge en este contexto. Comunidades humanas como los hablantes de pormpuraaw, en el norte de Australia, conciben el tiempo espacialmente de este a oeste, en lugar de la habitual orientación temporal de adelante hacia atrás, lo que sugiere que la percepción misma puede estar determinada por los sistemas de comunicación.
Finalmente, los avances en IA generativa hacen cada vez más porosa la barrera lingüística interespecies, y el éxito de estos proyectos podría dar a la humanidad la posibilidad inédita de dialogar directamente con otras especies en los próximos años. Mientras tanto, el entorno marino y terrestre sigue alterado por la actividad humana, como lo revela la permanente modificación de los paisajes sonoros naturales, cuya interpretación e impacto son objeto de renovada atención científica y ética.