En una mañana reciente, bajo la atenta mirada del ingeniero Matthew Gallelli, se desplegó una innovadora tecnología en la bahía de San Francisco, marcando un hito en la lucha contra el cambio climático. Gallelli, en el puente de un portaaviones desactivado, activó un dispositivo que, semejante a una máquina de nieve, expulsó una fina niebla de partículas aerosoles al aire. Esta prueba simboliza el primer ensayo al aire libre en Estados Unidos de una tecnología diseñada para incrementar el albedo de las nubes, reflejando parte de la radiación solar de vuelta al espacio, con el objetivo de mitigar el calentamiento global.
El experimento, ejecutado por el equipo de la Universidad de Washington, pretendía validar la capacidad del mecanismo, desarrollado tras años de investigación, para dispersar aerosoles de sal de tamaño adecuado en condiciones exteriores. Esta técnica, que busca alterar la composición de las nubes sobre los océanos, surge como respuesta al continuo aumento de dióxido de carbono en la atmósfera debido a la quema de combustibles fósiles, un problema que aleja la meta de mantener el calentamiento global en 1.5 grados Celsius respecto a la era preindustrial.
La idea de intervenir deliberadamente en los sistemas climáticos gana terreno, motivada por el constante establecimiento de nuevos récords climáticos. Instituciones académicas, inversores privados, fundaciones y el gobierno federal estadounidense han comenzado a financiar diversas iniciativas, desde la extracción de dióxido de carbono de la atmósfera hasta la adición de hierro en los océanos para fomentar el secuestro de carbono en el lecho marino.
Este enfoque de modificación de la radiación solar, conocido como ingeniería climática o geoingeniería solar, aunque genera debate, es considerado una opción viable frente a las emergentes amenazas climáticas. Las partículas aerosoles de sal marina utilizadas representan una alternativa menos perjudicial en comparación con otros métodos más invasivos.