El reciente incidente con un Boeing 737 Max 9 de Alaska Airlines, que resultó en un daño significativo en la aeronave, ha llevado a la compañía a enfrentar desafíos financieros y operativos sin precedentes. El 5 de enero, un vuelo de Alaska Airlines experimentó una situación alarmante cuando una parte del fuselaje se desprendió en pleno vuelo, lo que llevó a la Administración Federal de Aviación (FAA) de EE. UU. a ordenar la puesta en tierra de todos los jets 737 Max 9. Esta decisión ha tenido un impacto directo en las operaciones de Alaska Airlines, con la cancelación de más de 3,000 vuelos y una reducción estimada del 7% en su capacidad total para el trimestre.
La aerolínea, que posee la segunda flota más grande de 737 Max 9 después de United Airlines, ha expresado su frustración y decepción con Boeing. El CEO de Alaska Airlines, Ben Minicucci, manifestó su enojo y descontento con la situación, enfatizando la necesidad de que Boeing mejore su control de calidad. La compañía espera que Boeing compense las pérdidas financieras, que ascienden a unos $150 millones, principalmente debido a los ingresos perdidos y los costos adicionales relacionados con la gestión del incidente.
El impacto financiero de este incidente es significativo para una aerolínea del tamaño de Alaska, que reportó ingresos ajustados de $38 millones en los últimos tres meses del año y $583 millones para el año completo. A pesar de que el ingreso del cuarto trimestre fue mejor de lo esperado para Alaska, la puesta en tierra del 737 Max 9 representa un revés considerable. La aerolínea ha indicado que espera que la mayoría de los pasajeros estén dispuestos a volar nuevamente en el 737 Max 9 una vez que se reanuden los vuelos.