Bobi, un Rafeiro do Alentejo o mastín portugués, no solo rompió el récord del perro más longevo del mundo, sino que también dejó una marca indeleble en la historia de los caninos y en los corazones de aquellos que tuvieron el privilegio de conocerlo. Nacido el 11 de mayo de 1992, Bobi vivió en el pueblo de Conqueiros, Portugal, con su dueño Leonel Costa y su familia durante toda su vida. Su nacimiento coincidió con eventos históricos mundiales, como la desintegración de Yugoslavia y la firma del Tratado de Maastricht.
Desde su nacimiento, Bobi demostró ser un luchador. A pesar de haber sido considerado "excedente" junto con sus tres hermanos y destinado a ser enterrado en una tumba poco profunda, el destino intervino. Leonel Costa, entonces un niño de ocho años, junto con sus hermanos, descubrió a Bobi escondido en un montón de madera en un edificio anexo, salvándolo de un destino trágico. Desde ese momento, Bobi se convirtió en un miembro querido de la familia Costa.
La longevidad de Bobi, especialmente para una raza que típicamente vive entre 12 y 14 años, es un testimonio de la vida amorosa y cuidadosa que recibió. Leonel Costa atribuye la longevidad de Bobi a un ambiente "tranquilo y pacífico", así como a una dieta saludable. "Lo que comíamos, él también lo comía", mencionó Costa, señalando que solía remojar la comida de Bobi en agua para eliminar los condimentos.
El reconocimiento oficial de Bobi como el perro más longevo del mundo llegó en febrero de este año, cuando fue galardonado con el título de "El perro vivo más viejo del mundo" por el Libro Guinness de los Récords. Con este título, superó a Spike, un chihuahua de Ohio que tenía 23 años y 7 días en ese momento.