La República Democrática del Congo enfrenta una emergencia de salud pública tras la propagación de una enfermedad de origen desconocido que ha causado la muerte de al menos 60 personas y ha afectado a más de 1,000 desde su aparición. Los primeros tres casos se registraron el 21 de enero de 2025, en la localidad de Bolomba, cuando tres niños consumieron un murciélago y fallecieron en las 48 horas posteriores. Desde entonces, el brote inicial se ha expandido, afectando principalmente a las regiones remotas de Bolomba y Basankusu.
Entre los síntomas reportados por los afectados se encuentran fiebre, escalofríos, dolor de cabeza, tos, vómitos, diarrea, dolor abdominal y rigidez en el cuello. Además, varios pacientes han manifestado signos hemorrágicos, como sangre en el vómito y en las heces. Una detallada evaluación de los grupos afectados ha revelado que al menos el 18% de los casos y el 15.5% de las muertes corresponden a niños menores de 5 años, lo que pone de relieve la vulnerabilidad de esta población.
El primer foco del brote en Bolomba dejó un saldo de 12 casos y 8 muertes, mientras que un segundo brote reportado en Basankusu ha acumulado 943 casos y 52 fallecimientos hasta la fecha. Las autoridades locales e internacionales intentan contener la propagación, pero las limitaciones de las infraestructuras de salud en estas zonas rurales han dificultado los esfuerzos.
A pesar de las iniciativas de varios equipos de investigación, las pruebas realizadas hasta ahora han descartado que se trate de enfermedades conocidas como el Ébola o el virus de Marburg. Sin embargo, se encontró que el 54.1% de las muestras del brote en Basankusu dieron positivo para malaria, lo que sugiere que esta enfermedad podría ser un factor contribuyente en la crisis sanitaria.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) colabora estrechamente con las autoridades en la República Democrática del Congo para identificar el agente causante de la enfermedad y abordar la emergencia. En el contexto más amplio, los brotes de enfermedades zoonóticas han aumentado un 60% en la última década en África, una tendencia que la OMS atribuye a factores como la deforestación, el contacto directo con fauna silvestre y la debilidad en los sistemas de salud pública.
Con hasta 1,096 casos acumulados y 60 muertes confirmadas, las autoridades sanitarias han dirigido sus esfuerzos hacia evitar la posible contaminación del agua y de los alimentos como posibles formas de transmisión de la enfermedad. Además, insisten en la importancia de la vigilancia epidemiológica para contener futuros brotes y minimizar el impacto de enfermedades desconocidas en las comunidades vulnerables.
La comunidad internacional permanece atenta al desarrollo de esta crisis, ya que la identificación del patógeno y la mejora en las capacidades de diagnóstico en este tipo de escenarios remotos podrían ser claves para prevenir una mayor propagación. Mientras tanto, la distribución de suministros médicos esenciales y la formación de profesionales locales se han intensificado como parte de las medidas de contención.