En el Centro de Detención Penal Santiago Sur, uno de los más antiguos de Chile, se ha desarrollado una relación única entre los reclusos y cientos de gatos callejeros. Originalmente introducidos para controlar la población de roedores, estos gatos han asumido un papel más profundo como compañeros de los internos. Esta interacción no solo proporciona un alivio emocional a los reclusos, sino que también se ha observado una reducción en los niveles de estrés y potencialmente en las tasas de reincidencia.
Los reclusos, a menudo privados de contacto con el mundo exterior y de relaciones significativas, han encontrado en estos felinos una fuente de consuelo y afecto. La presencia de los gatos en la prisión ha creado un ambiente más amigable y menos tenso, lo que es beneficioso tanto para los internos como para el personal. Además, la responsabilidad de cuidar a estos animales ha inculcado un sentido de propósito y empatía en muchos reclusos, contribuyendo a su rehabilitación y bienestar emocional.
Sin embargo, esta coexistencia no está exenta de desafíos. La alimentación de los gatos se ha convertido en una preocupación, ya que los reclusos a menudo comparten su propia comida con ellos, arriesgándose a no tener suficiente para sí mismos. Además, la falta de acceso a servicios de esterilización ha llevado a un aumento incontrolable de la población felina, lo que plantea problemas tanto para los gatos como para la comunidad carcelaria.
A pesar de estos desafíos, la relación entre los reclusos y los gatos ha demostrado ser mutuamente beneficiosa. Los gatos proporcionan una compañía constante y un sentido de normalidad en un entorno que a menudo puede ser hostil y solitario. Para los gatos, la prisión se ha convertido en un refugio seguro donde son cuidados y valorados.