Groenlandia, con una población aproximada de 57,000 personas, presenta una de las tasas de suicidio más elevadas del mundo, superando los 80 suicidios por cada 100.000 habitantes. Esta cifra contrasta fuertemente con la media mundial de 9 y la de España, que se sitúa en 7. El fenómeno es particularmente inquietante entre los jóvenes, especialmente hombres de 20 a 24 años, quienes constituyen el grupo más afectado.
El país experimentó su pico más alarmante en 1989, con 120 suicidios por cada 100.000 habitantes. El 90% de la población de Groenlandia es inuit, y se identifican varios factores que podrían contribuir a estas tasas elevadas, como la modernización, la pérdida de identidad cultural, el clima extremo y la falta de luz. Sin embargo, no hay evidencia que sugiera una disminución en los suicidios durante los meses de verano.
Desde los años 60, las tasas de suicidio han aumentado constantemente, alcanzando un 28.7 en los años 70. A pesar de múltiples campañas gubernamentales y la implementación de líneas de ayuda, las tasas siguen siendo alarmantemente altas. La mayoría de los suicidios se llevan a cabo mediante ahorcamiento, y las tasas son especialmente preocupantes en el este de la isla, donde la vida es más dura y la comunicación es limitada.
El alcoholismo también es un problema significativo en Groenlandia. La venta de alcohol ha sido restringida en algunas áreas debido a problemas de abuso, aunque el mercado negro ha proliferado, con precios que pueden superar los 60 euros por una botella de vodka. A estos problemas se suman altos índices de violencia de género y abuso sexual.
La socióloga Maliina Abelsen destaca que la alienación cultural y la pérdida de identidad son factores críticos en esta crisis de suicidios, creando una espiral negativa que afecta a generaciones. La falta de un sentido de pertenencia y la presión de la modernización han llevado a muchos a sentirse desarraigados.
En resumen, Groenlandia enfrenta una crisis de salud mental grave, en la que se combinan factores culturales, sociales y económicos. A pesar de los repetidos esfuerzos por abordar el problema, las cifras siguen siendo alarmantes, reflejando una situación compleja y profundamente arraigada en la sociedad groenlandesa.