La Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA), bajo su programa de aprobación acelerada, ha permitido el acceso temprano a numerosos tratamientos contra el cáncer desde la década de 1990. Este proceso fue diseñado originalmente para responder rápidamente a crisis de salud pública como la epidemia de VIH/SIDA, permitiendo que medicamentos prometedores llegaran al mercado más rápidamente. Sin embargo, un análisis reciente indica que muchos de estos tratamientos no han logrado demostrar un beneficio clínico significativo en el largo plazo.
Un estudio publicado en el Journal of the American Medical Association evaluó los resultados de los medicamentos oncológicos que recibieron aprobación acelerada entre 2013 y 2017. Los resultados son preocupantes: aproximadamente el 43% de estos medicamentos no mejoró la supervivencia global ni la calidad de vida de los pacientes. Esta cifra subraya la necesidad de una revisión más rigurosa y criterios más estrictos para la aprobación de medicamentos que pueden no cumplir con sus promesas iniciales.
La práctica de aprobar medicamentos basándose en "marcadores sustitutos" que se supone predicen beneficios clínicos, como la reducción del tamaño del tumor o la mejora en los biomarcadores, ha sido particularmente cuestionada. Estos indicadores no siempre se correlacionan directamente con una mejora tangible en la supervivencia o la calidad de vida del paciente, lo que ha llevado a debates intensos dentro de la comunidad médica y científica sobre la validez de estos métodos acelerados.
El proceso acelerado también ha sido criticado por permitir que los fabricantes de medicamentos cobren precios elevados por tratamientos que aún no han demostrado su eficacia en ensayos confirmatorios. A pesar de las intenciones iniciales de ofrecer esperanza y opciones rápidas a los pacientes, la falta de beneficios clínicos demostrados plantea serias preguntas sobre la equidad y la ética de este enfoque.