Un informe reciente ha documentado el exorbitante costo climático asociado con los primeros dos años de la invasión rusa a Ucrania, destacando que el conflicto ha generado, al menos, 175 millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente (tCO2e). Esta cifra representa un daño medioambiental mayor que las emisiones anuales individuales de 175 países. Las emisiones derivan de diversas fuentes relacionadas con el conflicto, como las operaciones militares directas, incendios en diversas regiones, vuelos comerciales desviados, la migración forzada y las fugas de infraestructura de combustibles fósiles causada por ataques militares.
Uno de los aspectos más inquietantes del informe es que un tercio de estas emisiones provienen directamente de la actividad militar. Esto incluye el uso de vehículos, maquinaria y munición consumida durante los combates. Otro tercio corresponde a las emisiones resultantes de la reconstrucción de infraestructuras destruidas, mientras que el restante tercio se atribuye a incendios, desvíos de vuelos comerciales, ataques a infraestructura energética y desplazamientos de personas. Los incendios han registrado un aumento en tamaño e intensidad a ambos lados de la frontera, afectando alrededor de un millón de hectáreas.
La destrucción de los oleoductos Nord Stream 2 fue particularmente dañina, ya que liberó grandes cantidades de metano al mar, un gas de efecto invernadero extremadamente potente. Además, se estima que 40 toneladas de hexafluoruro de azufre (SF6), otro gas de alto impacto climático, fueron liberadas a la atmósfera debido a ataques rusos contra instalaciones de red de alta tensión en Ucrania. Otro factor significativo es el aumento en el consumo de combustible de aviación, resultado de la prohibición impuesta a las aerolíneas europeas y estadounidenses de sobrevolar el espacio aéreo ruso, obligándolas a tomar rutas más largas.
El informe destaca también que la factura de reparaciones climáticas derivada del conflicto alcanzaría los 32 mil millones de dólares solo en los primeros 24 meses de guerra. Esta cifra representa los costos necesarios para mitigar y reparar el daño medioambiental ocasionado. Se hace hincapié en que contabilizar y abordar las emisiones relacionadas con conflictos y acciones militares es una necesidad imperativa a nivel internacional. El informe subraya que las emisiones de guerra son un aspecto que no puede seguir siendo ignorado en las actuales estrategias globales para combatir el cambio climático.
Las consecuencias a largo plazo de este elevado costo climático son aún difíciles de cuantificar, pero resultan evidentes en los patrones de migración forzada y los daños irreparables a los ecosistemas regionales. Los expertos subrayan que, a medida que el conflicto continúe, es probable que las emisiones sigan aumentando, provocando un incremento en el costo ambiental y en las futuras necesidades de rehabilitación. La escalada del conflicto no solo ha tenido un impacto humano devastador, sino que también supone una carga significativa para el medio ambiente global.
Este informe enérgicamente llama a la comunidad internacional a reconocer el papel del conflicto armado en la crisis climática y la necesidad de medidas colectivas para abordar, mitigar y prevenir esas emisiones. Se resalta la urgencia de una mayor formulación de políticas que abarquen estos escenarios bélicos para así poder cumplir con los objetivos establecidos en el Acuerdo de París.