La decisión del gobierno islandés de reanudar la caza de ballenas ha generado una ola de críticas y preocupaciones a nivel internacional. Esta práctica, que había sido suspendida temporalmente debido a preocupaciones sobre el bienestar animal, se retomará bajo condiciones más estrictas y con una supervisión incrementada. La caza de ballenas en Islandia, que se realiza principalmente para la obtención de carne, ha sido un tema de debate ético y ambiental durante años, enfrentando a conservacionistas y defensores de las tradiciones locales.
El Ministerio de Pesca de Islandia ha establecido cuotas anuales que autorizan la caza de 209 ballenas de aleta y 217 ballenas minke. Estas cifras han sido objeto de escrutinio, especialmente considerando que la ballena de aleta es una especie en peligro de extinción. A pesar de las nuevas regulaciones, que incluyen requisitos detallados para el equipo y métodos de caza, así como una supervisión aumentada, organizaciones de protección animal como la Sociedad Humanitaria Internacional han calificado la decisión como "devastadora e inexplicable".
La caza de ballenas ha sido una práctica tradicional en Islandia durante siglos, pero en las últimas décadas ha enfrentado una creciente oposición tanto a nivel local como internacional. La demanda de carne de ballena ha disminuido significativamente, y la industria ballenera se ha visto presionada no solo por campañas de conservación, sino también por un cambio en las actitudes públicas y una creciente industria turística centrada en la observación de ballenas.