El estudio publicado por The Lancet, realizado en colaboración con la Organización Mundial de la Salud (OMS), analizó las mediciones de peso y altura de más de 220 millones de personas en más de 190 países, descubriendo que la prevalencia de la obesidad se ha más que cuadriplicado entre los niños y duplicado entre los adultos desde 1990. La obesidad, definida como un índice de masa corporal (IMC) igual o superior a 30 kg/m² para adultos, se ha convertido en la forma más común de malnutrición en numerosos países, superando incluso las tasas de desnutrición. Este fenómeno no solo se limita a naciones de altos ingresos, sino que se extiende a países de ingresos bajos y medios, evidenciando un cambio dramático en los patrones de malnutrición globales.
La investigación destaca un incremento particularmente pronunciado en las tasas de obesidad entre niños y adolescentes, lo que sugiere que la epidemia de obesidad que se observaba principalmente en adultos en 1990, ahora se refleja en la población escolar. Este cambio representa un desafío considerable para la salud pública, ya que la obesidad infantil conlleva un mayor riesgo de enfermedades crónicas, como diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares y ciertos tipos de cáncer, desde una edad temprana.
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Francesco Branca, director del Departamento de Nutrición y Seguridad Alimentaria de la OMS, enfatiza que la obesidad y la desnutrición son dos caras de la misma moneda: la falta de acceso a una dieta saludable. Esta transición nutricional, de la desnutrición a la obesidad, refleja cambios profundos y rápidos en los sistemas alimentarios de los países, impulsados por la globalización, la urbanización y la transformación de las cadenas de suministro de alimentos, lo que ha hecho que alimentos altos en calorías, grasas y azúcares sean más accesibles y asequibles que las opciones saludables.
Los esfuerzos para combatir la obesidad han sido insuficientes, según señala el estudio. Las políticas públicas no han logrado frenar la epidemia de obesidad, en gran parte debido a su enfoque en el cambio de comportamiento sin abordar los elementos estructurales del problema, como las políticas alimentarias y ambientales. La promoción de dietas saludables y actividad física, junto con intervenciones políticas como la imposición de impuestos a las bebidas azucaradas, la regulación de la comercialización de alimentos poco saludables dirigida a niños y la provisión de alimentos nutritivos en instituciones públicas, se presentan como medidas clave para revertir esta tendencia.