El domingo, la ciudad de Santiago de Cuba fue testigo de una multitudinaria protesta, extendiéndose rápidamente a otras áreas de la nación caribeña, incluyendo La Habana, Bayamo y Artemisa. Los ciudadanos, desesperados por la falta de servicios básicos, expresaron su frustración ante la continua escasez de productos esenciales y la deficiencia en el suministro eléctrico, situaciones que se han intensificado en los últimos meses. En respuesta a los crecientes disturbios, el presidente Díaz-Canel reconoció la gravedad de la crisis energética y alimentaria, aunque también señaló que estas circunstancias estaban siendo aprovechadas por opositores para provocar inestabilidad en el país.
En Santiago de Cuba, los manifestantes clamaron por “corriente y comida”, haciendo eco del creciente malestar social. La detención del servicio de internet por parte del gobierno durante las protestas evidenció un intento de limitar la difusión de la movilización y prevenir su extensión. A pesar de las restricciones comunicativas, las imágenes y voces de las protestas encontraron su camino en las redes sociales, mostrando a la población unida en demanda de soluciones inmediatas a sus acuciantes necesidades.
El gobierno, por su parte, atribuyó los apagones y la escasez a las sanciones impuestas por Estados Unidos, alegando que estos problemas son parte de un contexto económico más amplio afectado por factores externos. No obstante, la población, cansada de las justificaciones, ha elevado su voz contra la gestión gubernamental, cuestionando la efectividad de las medidas adoptadas para mitigar la crisis.
Las protestas en Cuba no solo reflejan una crisis energética y de suministros, sino también un profundo descontento social con las estructuras políticas y económicas vigentes. A medida que los cubanos enfrentan estos desafíos, la solidaridad entre los manifestantes sugiere un cambio significativo en la dinámica social y política del país, marcando un momento crucial en su historia reciente.