La madrugada del domingo se registró un intenso bombardeo sobre la capital ucraniana, Kyiv, y la región occidental de Lviv, marcando uno de los ataques más significativos en las últimas semanas. Este episodio escaló rápidamente en un contexto de creciente tensión, después de un ataque terrorista en un concierto en Moscú, atribuido a militantes, que dejó más de 130 muertos y que el Estado Islámico ya se atribuyó. Rusia, bajo el mando de Putin, ejecutó este ataque como presunta represalia, intensificando la atmósfera de conflicto en la región.
Las fuerzas ucranianas reportaron que, en total, Rusia lanzó 57 misiles y drones, golpeando áreas críticas y causando alarma entre la población civil. El sistema de defensa aérea de Ucrania logró interceptar una parte significativa de estos ataques, pero el miedo y el daño psicológico ya estaban sembrados entre los ciudadanos. La noche se vio interrumpida por sirenas y explosiones, llevando a miles a buscar refugio y enfrentar nuevamente la realidad de una guerra que parece no tener fin.
En Lviv, cercano a la frontera con Polonia, también se sintió la furia del ataque. Aunque la ciudad ha sido menos afectada en comparación con Kyiv, la presencia de misiles y drones en esta ocasión marcó un cambio preocupante en la estrategia de Rusia, extendiendo el alcance de su ofensiva militar. Las autoridades locales trabajaron frenéticamente para evaluar los daños y coordinar la respuesta a este nuevo desafío.
El ataque provocó una reacción internacional, especialmente cuando se reportó que uno de los misiles cruzó brevemente el espacio aéreo de Polonia, miembro de la OTAN. Este hecho aumentó la tensión en la región, llevando a las fuerzas polacas a un estado de alerta máxima y poniendo en evidencia la volatilidad del conflicto que ahora tocaba las puertas de Europa Occidental.