El reciente decreto del Ministerio de Salud de Perú que clasifica a las personas trans como enfermos mentales ha generado una ola de críticas y protestas. La medida, que incluye a la transexualidad y el travestismo de doble rol como enfermedades mentales, busca justificar la necesidad de tratamiento psicológico para estas personas. Sin embargo, esta clasificación ha sido ampliamente condenada por su impacto negativo en la lucha por los derechos LGBTIQ+ y la igualdad de género en el país.
Diversos grupos de derechos humanos y activistas LGBTIQ+ han denunciado que esta medida representa un retroceso significativo en el reconocimiento de los derechos de las personas trans. Argumentan que clasificar la identidad de género como una enfermedad mental perpetúa el estigma y la discriminación, socavando la dignidad y el respeto hacia estas personas. Además, subrayan que la decisión del gobierno contradice las recomendaciones de organizaciones internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS), que desde 2019 dejó de considerar la transexualidad como un trastorno mental.
El impacto de esta medida se extiende más allá de las fronteras peruanas, atrayendo la atención y la condena de la comunidad internacional. El congresista peruano-estadounidense Robert García ha calificado la decisión como "discriminatoria y peligrosa", haciendo un llamado a priorizar los verdaderos problemas que enfrenta la sociedad en lugar de atacar a las personas trans. García y otros críticos internacionales insisten en que esta clasificación es una violación de los derechos humanos y una afrenta a los avances logrados en la inclusión y el respeto a la diversidad de género.
La respuesta de las organizaciones internacionales de derechos humanos ha sido igualmente contundente. Amnistía Internacional y Human Rights Watch han emitido comunicados instando al gobierno peruano a revertir la medida y adoptar políticas que respeten y protejan los derechos de las personas trans. Estas organizaciones destacan que la clasificación de la transexualidad como una enfermedad mental no solo es científicamente incorrecta, sino que también refuerza prejuicios y prácticas discriminatorias que afectan gravemente la salud mental y el bienestar de la comunidad trans.