La demencia, enfermedad neurológica que afecta a un creciente número de personas a nivel mundial, provoca cada año más de 1.5 millones de muertes y representa un costo anual estimado de 1.3 billones de dólares para la economía global de la salud. Actualmente, superan los 60 millones los individuos que viven con este trastorno, cuya incidencia sigue incrementándose debido en buena medida a factores de riesgo que comienzan a manifestarse incluso antes de la adultez.
Las estimaciones internacionales sostienen que cerca del 45% de los casos de demencia podrían prevenirse mediante la reducción de la exposición a 14 factores de riesgo modificables, entre ellos obesidad, inactividad física, tabaquismo y consumo excesivo de alcohol. Estos comportamientos suelen establecerse en la adolescencia: el 80% de los adolescentes con obesidad persisten en esa condición durante la adultez, mientras que la mayoría de los fumadores y bebedores adultos iniciaron dichas conductas en etapas tempranas. La presión arterial elevada y la falta de actividad física también suelen fijarse en edades juveniles, consolidando un entorno propicio para el desarrollo de complicaciones a largo plazo.
En cuanto al desarrollo cognitivo, estudios muestran que la capacidad cognitiva a los 11 años es un indicador significativo de la función cognitiva a los 70 años, lo que sugiere que las habilidades cognitivas bajas en adultos mayores pueden estar relacionadas con niveles igualmente bajos desde la niñez, y no solo con un acelerado deterioro vinculado al envejecimiento. Investigaciones basadas en imágenes cerebrales refuerzan esta hipótesis, mostrando que alteraciones estructurales y funcionales relacionadas con la demencia pueden originarse en daño cerebral presente desde la infancia, vinculado a la exposición precoz a factores de riesgo.
Ante estos hallazgos, expertos sostienen que la prevención de la demencia debe ser una meta transversal a toda la vida, y no solo una preocupación en la vejez. Las recomendaciones incluyen la creación de entornos más saludables, educación desde etapas tempranas y políticas públicas orientadas a reducir la exposición a los factores de riesgo desde la infancia. Numerosos especialistas coinciden en señalar la necesidad de implementar estrategias preventivas de amplio alcance para abordar el problema en su raíz y limitar el creciente impacto sanitario, social y económico que la demencia provoca a escala global.