El 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) categorizó oficialmente al COVID-19 como una pandemia, marcando el inicio de una crisis global que transformaría profundamente al mundo. Cinco años después, el impacto continúa siendo evidente.
Según las cifras, la pandemia ha dejado un saldo superior a 7 millones de muertes registradas oficialmente a nivel mundial. Estados Unidos se ha situado como uno de los países más afectados, con más de 1.2 millones de fallecimientos atribuidos al virus, representando más de 1 de cada 7 muertes globales. Sin embargo, estimaciones de la OMS sugieren que la cifra real de víctimas podría ser significativamente mayor, dadas las subnotificaciones y los problemas para registrar datos precisos en muchas regiones. Durante el primer año del brote, en 2020, se registraron aproximadamente 14.83 millones de muertes en exceso a nivel global.
El impacto sobre la salud trasciende los datos de mortalidad. Más de 20 millones de estadounidenses se encuentran actualmente viviendo con long COVID, una condición caracterizada por síntomas persistentes como fatiga, dificultades cognitivas y problemas respiratorios prolongados, que afectan múltiples sistemas del cuerpo, según estudios recientes. El término “long COVID”, utilizado para describir los síntomas persistentes tras una infección de COVID-19, fue acuñado por los propios afectados y reconocido oficialmente por organizaciones de salud más tarde. Desde entonces, ha llevado a avances significativos en la investigación de afecciones postvirales crónicas.
En el ámbito global, la pandemia expuso y exacerbó desigualdades preexistentes en los sistemas de salud. Las comunidades más vulnerables sufrieron tasas desproporcionadamente altas de morbimortalidad, reflejando carencias significativas en el acceso a servicios médicos esenciales y recursos adecuados.
A pesar de los avances científicos sin precedentes, como el desarrollo de vacunas de ARNm en tiempo récord, la gestión del COVID-19 ha cambiado radicalmente en estos cinco años. Ahora considerado endémico, el virus sigue circulando de manera persistente, aumentando su incidencia en ciertas épocas del año. En la última semana de 2024, 521 personas fallecieron en Estados Unidos a causa del virus, una reducción marcada frente a los casi 17,000 fallecimientos semanales registrados en 2020.
Sin embargo, los retos persisten. Expertos han manifestado preocupaciones sobre la preparación para futuras pandemias. La financiación destinada a este propósito ha disminuido, afectando especialmente a agencias como USAID y la propia OMS. Por ejemplo, en el periodo 2023-2024, EE. UU. destinó solo 120 millones de dólares para emergencias sanitarias y prevención de pandemias, dejando un considerable vacío presupuestario.
Asimismo, preocupa la disminución en el monitoreo de infecciones y en el acceso gratuito a vacunas, factores que, según analistas, podrían complicar las respuestas a nuevas emergencias de salud. Sumado a esto, el aumento en la desconfianza hacia la ciencia y las organizaciones de salud pública plantea un obstáculo adicional en la implementación de medidas preventivas y de control.
La pandemia de COVID-19, que irrumpió en 2020, ha traído implicaciones para la comprensión, desarrollo y respuesta de los sistemas de salud en todo el mundo. Sin embargo, aún está pendiente garantizar que estas lecciones aprendidas se traduzcan en una mejor preparación frente a futuras amenazas.
El 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) categorizó oficialmente al COVID-19 como una pandemia, marcando el inicio de una crisis global que transformaría profundamente al mundo. Cinco años después, el impacto continúa siendo evidente.
Según las cifras, la pandemia ha dejado un saldo superior a 7 millones de muertes registradas oficialmente a nivel mundial. Estados Unidos se ha situado como uno de los países más afectados, con más de 1.2 millones de fallecimientos atribuidos al virus, representando más de 1 de cada 7 muertes globales. Sin embargo, estimaciones de la OMS sugieren que la cifra real de víctimas podría ser significativamente mayor, dadas las subnotificaciones y los problemas para registrar datos precisos en muchas regiones. Durante el primer año del brote, en 2020, se registraron aproximadamente 14.83 millones de muertes en exceso a nivel global.
El impacto sobre la salud trasciende los datos de mortalidad. Más de 20 millones de estadounidenses se encuentran actualmente viviendo con long COVID, una condición caracterizada por síntomas persistentes como fatiga, dificultades cognitivas y problemas respiratorios prolongados, que afectan múltiples sistemas del cuerpo, según estudios recientes. El término “long COVID”, utilizado para describir los síntomas persistentes tras una infección de COVID-19, fue acuñado por los propios afectados y reconocido oficialmente por organizaciones de salud más tarde. Desde entonces, ha llevado a avances significativos en la investigación de afecciones postvirales crónicas.
En el ámbito global, la pandemia expuso y exacerbó desigualdades preexistentes en los sistemas de salud. Las comunidades más vulnerables sufrieron tasas desproporcionadamente altas de morbimortalidad, reflejando carencias significativas en el acceso a servicios médicos esenciales y recursos adecuados.
A pesar de los avances científicos sin precedentes, como el desarrollo de vacunas de ARNm en tiempo récord, la gestión del COVID-19 ha cambiado radicalmente en estos cinco años. Ahora considerado endémico, el virus sigue circulando de manera persistente, aumentando su incidencia en ciertas épocas del año. En la última semana de 2024, 521 personas fallecieron en Estados Unidos a causa del virus, una reducción marcada frente a los casi 17,000 fallecimientos semanales registrados en 2020.
Sin embargo, los retos persisten. Expertos han manifestado preocupaciones sobre la preparación para futuras pandemias. La financiación destinada a este propósito ha disminuido, afectando especialmente a agencias como USAID y la propia OMS. Por ejemplo, en el periodo 2023-2024, EE. UU. destinó solo 120 millones de dólares para emergencias sanitarias y prevención de pandemias, dejando un considerable vacío presupuestario.
Asimismo, preocupa la disminución en el monitoreo de infecciones y en el acceso gratuito a vacunas, factores que, según analistas, podrían complicar las respuestas a nuevas emergencias de salud. Sumado a esto, el aumento en la desconfianza hacia la ciencia y las organizaciones de salud pública plantea un obstáculo adicional en la implementación de medidas preventivas y de control.
La pandemia de COVID-19, que irrumpió en 2020, ha traído implicaciones para la comprensión, desarrollo y respuesta de los sistemas de salud en todo el mundo. Sin embargo, aún está pendiente garantizar que estas lecciones aprendidas se traduzcan en una mejor preparación frente a futuras amenazas.