Las recientes inundaciones repentinas en Afganistán han resultado en una de las mayores catástrofes naturales en la historia reciente del país, con un saldo trágico de más de 300 muertos. Según informes de medios como The Guardian y Al Jazeera, la provincia de Baghlan fue la más golpeada, sufriendo no solo pérdidas humanas sino también la destrucción masiva de infraestructura. Más de mil hogares quedaron reducidos a escombros, lo que intensificó la crisis humanitaria en la región.
La intensidad de las lluvias que precipitaron estas inundaciones no tiene precedentes y ha puesto a prueba la capacidad de respuesta del gobierno talibán, el cual ha tenido que coordinar esfuerzos de rescate y asistencia en medio de recursos limitados. Organizaciones internacionales, incluido el Programa Mundial de Alimentos, han intervenido para proporcionar alimentos y ayuda básica a los afectados, en un intento por mitigar el impacto inmediato de la catástrofe.
La destrucción no se limitó a viviendas; infraestructuras críticas como carreteras y puentes también fueron arrasadas, lo que ha complicado aún más las labores de rescate y ha aislado a muchas comunidades. La escasez de agua potable y los cortes de electricidad han creado condiciones de vida precarias para miles de personas que ahora dependen completamente de la ayuda externa para sobrevivir.
Este desastre ha resaltado la necesidad urgente de mejorar los sistemas de alerta temprana y las infraestructuras en Afganistán, especialmente en un momento en que el cambio climático está aumentando la frecuencia y severidad de fenómenos meteorológicos extremos en la región.