Desde su retorno a la Casa Blanca, el presidente Donald Trump ha dejado en claro que el poder duro es su herramienta preferida en política exterior, relegando las estrategias de diplomacia y poder blando utilizadas por sus predecesores. En lugar de negociar, Trump ha optado por medidas contundentes, como los aranceles económicos impuestos recientemente a Canadá, México y China. Estos aranceles, que entrarán en vigor el próximo martes, han sido descritos por expertos como una "declaración de guerra económica" contra tres de los principales socios comerciales de Estados Unidos.
La medida de Trump busca presionar a estas naciones para que cumplan con exigencias como la prevención del narcotráfico, una estrategia que podría ser vista como una validación de su política de mano dura si los países afectados ceden rápidamente. Sin embargo, las consecuencias podrían extenderse a los consumidores estadounidenses, que enfrentarían precios más altos si los aranceles persisten, así como al sistema de relaciones internacionales, erosionando la confianza de los aliados de Estados Unidos.
El presidente también ha mostrado una marcada reducción en el uso de herramientas tradicionales como la ayuda internacional. La suspensión de gran parte de esta asistencia, incluida la posibilidad de desmantelar la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), refuerza su desvinculación con el poder blando, históricamente utilizado para promover buena voluntad e influencia global. Expertos como Evelyn N. Farkas, directora ejecutiva del Instituto McCain, han advertido sobre esta estrategia, sugiriendo que podría "erosionar el poder y la influencia de Estados Unidos".
La escalada de tensiones ha sido visible en diversos escenarios. Por ejemplo, un reciente enfrentamiento con Colombia sobre vuelos con migrantes deportados llevó a Trump a amenazar con una guerra comercial que, aunque resultó en la capitulación de Colombia, subraya su disposición a intensificar conflictos menores rápidamente. Similar fue su intervención en Medio Oriente al presionar por un acuerdo de cese al fuego en Gaza con amenazas de mayores consecuencias.
A nivel interno, la retórica de Trump también busca consolidar su imagen de líder firme. Mensajes como "no se metan con Estados Unidos en este momento" y la publicación de una ilustración que lo retrata como un gánster con la palabra "FAFO" son muestra de su intento de proyectar una postura inquebrantable.
Sin embargo, críticos de su enfoque alertan sobre los daños colaterales. La percepción de Estados Unidos como un aliado coercitivo y hostil podría empujar a algunas naciones a acercarse a rivales como Rusia o China. Daniel M. Price, exasesor del presidente George W. Bush, explicó que los aliados pueden comenzar a sentirse más como vasallos que como socios de Estados Unidos, lo que debilitaría la posición geopolítica del país.
La aprobación de aranceles a Rusia carecería de impacto significativo, dado que las importaciones de productos rusos se han reducido en un 90% desde la invasión de Ucrania en 2022, dejando pocas opciones económicas a las que recurrir. Por otro lado, persisten dudas sobre hasta dónde estaría dispuesto Trump a llegar para mantener su estrategia de presión creíble. Expertos sugieren que podría necesitar tomar una medida drásticamente punitiva contra algún aliado o enemigo para sostener sus amenazas, en un acto que algunos consideran equivalente a "matar un pollo para asustar a los monos", como afirmó Mark Dubowitz, director ejecutivo de la Fundación para la Defensa de las Democracias.
El análisis de la estrategia de Trump destaca un contraste significativo con el enfoque del poder blando, que en su momento ayudó a fortalecer la influencia global de Estados Unidos a través de la atracción cultural, económica y política. Joseph S. Nye Jr., uno de los principales teóricos del poder blando, enfatiza que este enfoque resulta menos costoso y más sostenible en el largo plazo que el poder duro. No obstante, Trump se ha mostrado escéptico a esta aproximación, priorizando un enfoque de "América Primero" incluso si esto implica sacrificar relaciones históricas.
En su visión, cualquier concesión hecha a amigos o enemigos ha sido vista como una explotación de Estados Unidos, algo que, bajo su administración, no se tolerará. Este enfoque confrontativo plantea interrogantes sobre cómo cambiarán las dinámicas internacionales y sobre el costo para la política exterior estadounidense de corto y largo plazo.