El expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, sorprendió a la comunidad internacional al anunciar que su país “tomará el control” de la Franja de Gaza, la “poseerá” y procederá a demolerla para reconstruirla como la “Riviera de Oriente Próximo”. Este ambicioso plan contempla que Gaza permanezca inhabitable durante un período estimado de entre 10 y 15 años.
En una medida que ha generado intensa controversia, Trump propuso reubicar permanentemente a los 1.8 millones de palestinos residentes de Gaza en Egipto, Jordania y otros países de la región. Esta propuesta ha sido comparada con la Nakba de 1947-1949, durante la cual cientos de miles de palestinos fueron desplazados de sus hogares.
El plan de Trump ha sido rechazado por varios países árabes y organismos internacionales. Jordania y Egipto, que serían directamente impactados por el desplazamiento de palestinos, se han manifestado en contra de cualquier plan que ponga en riesgo su estabilidad. Arabia Saudí también rechazó vigorosamente la iniciativa, condicionando la normalización de relaciones con Israel a la creación de un estado palestino.
Trump describió las actuales condiciones de Gaza como un “sitio de demolición” donde “prácticamente cada edificio está derrumbado”. El expresidente indicó que sería necesario un período de cinco años para limpiar los escombros y otros diez para construir un nuevo desarrollo en la zona.
Benjamin Netanyahu, primer ministro israelí, expresó su apoyo a la iniciativa de Trump, calificándola como un potencial punto de inflexión en la historia de Oriente Próximo. Sin embargo, Netanyahu evitó detallar un plan concreto para el “día después” en Gaza, beneficiándose políticamente del anuncio.
Hamas, por su parte, podría verse inducido a retirarse del proceso de alto el fuego y los intercambios de prisioneros ante lo que consideran una provocación significativa debido a la propuesta de anexión y desplazamiento.
En el Consejo de Seguridad de la ONU, la propuesta de Trump fue desestimada en gran medida por ser impráctica y desquiciada. La comunidad internacional ha equiparado esta postura con políticas imperialistas propias del siglo XIX, destacando que la propuesta se alinea con una política exterior expansionista en contraste con el aislamiento esperado tras la elección de Trump.
Esta propuesta, de llevarse a cabo, podría anular las aspiraciones palestinas de un estado propio y facilitar la anexión de gran parte de Cisjordania por Israel, enterrando así las perspectivas de paz en la región.