La tumba del primer emperador de China, Qin Shi Huang, continúa generando tanto fascinación como temor entre los arqueólogos y historiadores. Ubicada en el distrito de Lintong, Xi'an, la tumba ha sido objeto de especulaciones debido a las supuestas trampas mortales que podrían estar al acecho en su interior. Según relatos históricos, incluido el del historiador Sima Qian, la tumba podría contener mecanismos automáticos como ballestas listas para disparar y un sistema de mercurio diseñado para simular ríos y mares.
Aunque se han realizado extensas investigaciones en el área circundante, incluido el famoso ejército de terracota, la cámara mortuoria principal del emperador aún no ha sido abierta. Las preocupaciones no solo giran en torno a la seguridad de los arqueólogos debido a las posibles trampas, sino también sobre el potencial daño a los artefactos y estructuras milenarias que una excavación invasiva podría causar.

Estudios recientes han detectado altas concentraciones de mercurio en el suelo cerca de la tumba, lo que ha reforzado la teoría de que los antiguos chinos utilizaron este metal para simular masas acuáticas en el diseño del mausoleo. Esta técnica, pensada para proteger la tumba de saqueadores, podría haber preservado el sitio de intrusiones durante más de dos mil años.
Sin embargo, el legado de Qin Shi Huang trasciende su tumba. Como el primer emperador que unificó China, su gobierno marcó el comienzo de una nueva era en la historia china, destacándose no solo por sus conquistas militares sino también por sus ambiciosos proyectos arquitectónicos y su interés en la alquimia y la inmortalidad, que irónicamente lo llevó a consumir mercurio, contribuyendo posiblemente a su temprana muerte.