Cuatro científicos de las universidades de California y Nueva York plantearon el 1 de mayo de 2025 en la revista Science la utilización de cuerpos de personas en muerte cerebral, mantenidos artificialmente con actividad respiratoria, para la realización de experimentos médicos. Este enfoque, según los autores, permitiría acelerar el desarrollo de terapias para enfermedades letales al permitir cientos o incluso miles de experimentos comparativos en un solo individuo en estado de PMD (physiologically maintained deceased).
En los últimos años, los PMD se han perfilado como herramientas valiosas en biomedicina, ya que replican la fisiología humana sin los sesgos de los modelos animales. Ejemplos históricos incluyen el uso en 1988 de un cuerpo en muerte cerebral para ensayar un anticoagulante y, en 2002, la elaboración de un mapa molecular de la circulación sanguínea.
La muerte cerebral, definida por la pérdida irreversible de todas las funciones cerebrales, es reconocida legalmente como fallecimiento. Según Federico de Montalvo Jääskeläinen, la donación del cuerpo en estado de muerte cerebral podría estar justificada legal y éticamente en condiciones similares a la donación de cadáveres, aunque advierte sobre el requisito indispensable de una autorización de donación previa, preferentemente explícita por parte del propio individuo o sus familiares.
Entre los argumentos a favor, se destaca que los experimentos en PMD pueden cubrir vacíos de la investigación traslacional y habilitar ensayos imposibles en modelos ajenos al ser humano. Los investigadores subrayan que este tipo de trabajos ya han ayudado al desarrollo de procedimientos como los trasplantes de órganos modificados genéticamente y que resultan especialmente adecuados para el estudio de terapias específicas humanas.
No obstante, la propuesta enfrenta límites estrictos. El mantenimiento fisiológico de un cuerpo en muerte cerebral no puede extenderse indefinidamente y se restringe a un plazo de días o como máximo pocas semanas. Esto impide la realización de estudios de larga duración en este modelo, limitando su utilización a experimentos de corta o mediana escala temporal.
Desde la perspectiva bioética, los autores insisten en la necesidad de adoptar los estándares existentes y promover una vigilancia continua para garantizar la protección de los derechos de los donantes y sus familias. Además, recalcan que la prioridad para el uso de cuerpos en muerte cerebral debe ser la donación de órganos para trasplantes, siendo la investigación una opción secundaria.
La discusión en torno al uso de los PMD se sitúa así en la frontera de la ética médica, con creciente interés debido a su potencial para el avance de terapias y comprensión de procesos fisiopatológicos, pero bajo la condición de establecer un marco ético claro y normativo que regule su utilización.