La sonda soviética Kosmos 482, lanzada el 31 de marzo de 1972 como parte del programa Venera dirigido a la exploración de Venus, reentró en la atmósfera terrestre y se precipitó en el océano Índico el 10 de mayo de 2025, a las 2:24 a.m. EDT (6:24 a.m. GMT; 9:24 a.m. hora de Moscú). La caída se produjo aproximadamente a 560 kilómetros al oeste de la isla de Andamán Medio, en una zona marítima al oeste de Yakarta, Indonesia.
El Kosmos 482 tenía un peso de 495 kilogramos (1,091 libras) y unas dimensiones de aproximadamente 1 metro de ancho (3.3 pies). La nave fue reforzada con un escudo térmico capaz de resistir temperaturas de hasta 464 °C (867 °F), en previsión del hostil ambiente venusiano. No obstante, la sonda no logró su objetivo por una falla en la etapa superior del cohete Soyuz, quedando atrapada en una órbita elíptica alrededor de la Tierra durante más de 53 años.
Durante su reentrada, la estructura principal de Kosmos 482 se desintegró, aunque se considera posible que el módulo de aterrizaje, diseñado para soportar condiciones extremas, haya resistido parcialmente el descenso. Organismos como la Agencia Espacial Europea y el Sistema Automatizado de Advertencia de Situaciones Peligrosas en el Espacio Cercano a la Tierra monitorearon el regreso de la sonda, cuya última señal fue captada sobre Alemania antes de perderse el contacto y confirmarse el impacto en el océano Índico.
No se reportaron daños ni lesiones en la zona de reentrada. De acuerdo con las evaluaciones de la ESA, la probabilidad de que una persona resulte herida debido a la caída de desechos espaciales como Kosmos 482 es menor a 1 en 100,000 millones, siendo 65,000 veces más probable ser alcanzado por un rayo. El descenso sobre el océano fue previsible, dado que el agua cubre cerca del 70% de la superficie de la Tierra, hecho que reduce considerablemente el riesgo para áreas pobladas.
El caso de Kosmos 482 destaca la problemática de los desechos orbitales. Cada día, en promedio, tres grandes piezas de basura espacial reingresan en la atmósfera terrestre. La permanencia de la sonda por más de cinco décadas subraya los retos técnicos y de seguimiento de estos objetos, así como la necesidad de estrategias internacionales para gestionar los residuos espaciales generados por más de medio siglo de actividad espacial.