El Papa Francisco condujo la Iglesia católica hacia una apertura en temas de inclusión, globalización y colegialidad, desmarcándose de los enfoques doctrinarios que prevalecieron bajo sus antecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Su papado, iniciado en 2013, promovió cambios representativos en la estructura eclesial y en la agenda de prioridades, originando intensos debates entre los cardenales que deberán elegir a su sucesor.
Durante su pontificado, Francisco abordó de manera pública temas largamente postergados, como el divorcio, la posibilidad de sacerdotes casados, la aceptación de parejas del mismo sexo y el mayor protagonismo de la mujer, generando entusiasmo en sectores liberales y críticas en sectores más conservadores, quienes lo acusaron de iniciar procesos reformistas que podrían ser revertidos por un sucesor menos abierto al cambio. En el plano institucional, apartó a altos funcionarios conservadores, incluido el líder de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuando consideró que no apoyaban sus prioridades.
La gestión de Francisco se caracterizó por su respuesta a la crisis de abusos sexuales en la Iglesia y el combate a prácticas financieras opacas, además de la promoción de espacios de diálogo, incluso en contextos de fuerte disidencia interna. Francisco también tomó distancia del manejo que sus antecesores dieron al tema de los abusos, especialmente Juan Pablo II, quien fue objeto de un informe del Vaticano que evidenció omisiones graves en la protección de menores.
A nivel internacional, Francisco impulsó un acercamiento con líderes musulmanes, especialmente tras las declaraciones de Benedicto XVI que tensionaron la relación con el mundo islámico. Promovió acuerdos para reconocimientos mutuos y protección a minorías católicas en países de mayoría musulmana, insistiendo en la importancia de la convivencia y la defensa de los derechos fundamentales.
Sin embargo, no todas las expectativas se cumplieron. El llamado "efecto Francisco" no logró revertir la caída en la asistencia a la iglesia en países occidentales con marcada secularización, aunque la feligresía aumentó de manera notoria en el Sur global. Pese a sus más de 30 viajes internacionales, la consolidación de su legado se orientó sobre todo a la transformación interna, buscando una Iglesia más próxima a los pobres, a los marginados y comprometida con temas contemporáneos como el cambio climático.
El Papa Francisco nombró a miles de obispos y eligió a más de la mitad de los miembros del Colegio Cardenalicio, seleccionando a prelados afines a su visión pastoral y social. El colegio de cardenales, compuesto por 242 miembros, de los cuales 137 fueron nombrados por Francisco, será el encargado de decidir si el próximo pontífice continuará priorizando la inclusión y la colegialidad o restablecerá las líneas más conservadoras de sus antecesores. El futuro de la dirección eclesiástica estará definido por este inminente cónclave, en el que el legado de Francisco ocupará un lugar central del debate interno y público sobre el futuro del catolicismo global.