Bashar al-Assad asumió la presidencia de Siria en junio de 2000, sucediendo a su padre, Hafez al-Assad, que gobernó el país con mano dura durante tres décadas. Inicialmente, Bashar intentó proyectar una imagen de modernización y apertura, en un esfuerzo por mejorar las relaciones de Siria con Occidente y llevar a cabo reformas económicas. Sin embargo, estos intentos pronto se vieron eclipsados por una dictadura fuertemente personalizada y una intensificación de la represión política. Bashar al-Assad estudió oftalmología en Londres antes de asumir la presidencia, una carrera que dejó para seguir los pasos de su padre en la política siria.
A pesar de las promesas iniciales de cambio, el régimen de Bashar al-Assad recurrió a tácticas de represión similares a las de su padre, incluida la detención de opositores y el uso omnipresente de un aparato de seguridad. La brutalidad de su régimen se hizo aún más evidente durante las protestas de la Primavera Árabe en 2011, cuando las fuerzas de seguridad dispararon contra manifestantes desarmados y emplearon a las milicias pro-gubernamentales (shabiha) como escuadrones de la muerte.
La situación se agravó cuando estalló la guerra civil siria en 2011. Entre 2011 y 2015, se estima que hasta 13,000 prisioneros fueron asesinados en la prisión de Sednaya, apodada el "Matadero Humano". La brutalidad del régimen, incluida la utilización de armas químicas, desató una crisis humanitaria de enorme escala, que resultó en la muerte de aproximadamente 500,000 personas y el desplazamiento de más de la mitad de la población siria.
El surgimiento del Estado Islámico en 2013 desvió gran parte de la atención internacional del régimen de Assad, aunque no impidió que continuara empleando tácticas violentas contra las fuerzas rebeldes. En 2014, en un intento por legitimar su régimen, Assad organizó elecciones en zonas controladas por su gobierno, a pesar de que solo tenía el control del 25% del territorio sirio en ese momento.
La intervención de actores internacionales jugó un papel crucial en la estabilización temporal del régimen. La intervención militar de Rusia en 2015 y el apoyo militar de Irán a través del grupo Hezbollah fueron determinantes para mantener a Assad en el poder. Sin embargo, la creciente dependencia de Assad en el apoyo extranjero lo hizo cada vez más vulnerable y contribuyó a la descomposición de su ejército y la baja moral entre sus soldados.
Con el tiempo, estas debilidades internas y externas resultaron en la progresiva caída del régimen, al agotarse los recursos y perder apoyo tanto doméstico como internacional. La intervención de actores externos fue doble filo, pues mientras estabilizaba al régimen momentáneamente, también lo socavaba estructuralmente.
El régimen de Bashar al-Assad ha dejado una marca indeleble en la historia de Siria, caracterizado por una represión brutal, un prolongado conflicto civil y la devastación de una nación entera. El impacto del liderazgo de Assad sigue siendo objeto de estudio y debate, en tanto se evalúan las consecuencias humanitarias, políticas y sociales que ha dejado su mandato.