El aumento del ruido en la vida diaria ha alcanzado niveles récord, con elementos como las sirenas de vehículos de emergencia siendo seis veces más ruidosas que hace un siglo. De acuerdo con el Servicio de Parques Nacionales de Estados Unidos, la contaminación acústica se duplica o triplica cada 30 años, incrementando el riesgo de estrés fisiológico debido a la liberación de hormonas como adrenalina y cortisol, lo que repercute en la salud cardiovascular, la composición sanguínea y la rigidez vascular. Además, la exposición constante a ruido ambiental puede provocar enfermedades cardiovasculares, accidentes cerebrovasculares y cuadros depresivos.
El impacto del ruido en el aprendizaje también ha sido documentado. Un estudio de los años 70, dirigido por Arline Bronzaft en Manhattan, demostró que los estudiantes ubicados en aulas expuestas a ruido de trenes mostraban calificaciones de lectura hasta un año por detrás de quienes estudiaban en ambientes más silenciosos.
En el plano de la neurociencia, una investigación liderada por Imke Kirste en 2013 expuso ratones a diferentes estímulos acústicos en cámaras anecoicas, sin sonido, durante dos horas diarias. Se evaluaron cinco condiciones: ruido blanco, sonidos de crías de ratón, música de Mozart, ruido ambiental y silencio. El análisis se centró en el crecimiento celular en el hipocampo, una región asociada a la memoria. Todos los estímulos auditivos, excepto el ruido blanco, promovieron la proliferación de células precursoras. Sin embargo, tras siete días, únicamente el grupo expuesto al silencio presentó un aumento significativo en el número de neuronas nuevas, detectadas mediante la presencia de células marcadas con BrdU/NeuN, señal de maduración neuronal.
El estudio, publicado en marzo de 2015 bajo el título “¿Es el silencio dorado? Efectos de los estímulos auditivos y su ausencia en la neurogénesis del hipocampo adulto”, señaló que la ausencia de sonido —más allá del contenido auditivo— favorece la actividad en el córtex auditivo y puede acelerar la producción de células cerebrales.
Estos hallazgos muestran que el silencio no solo mitiga el estrés generado por el ruido ambiental, sino que actúa como un estímulo positivo, capaz de incrementar la neurogénesis y favorecer el desarrollo neuronal.