El fenómeno de la moda rápida ha convertido partes del desierto de Atacama en uno de los vertederos de ropa desechada más grandes del mundo. Anualmente, se estima que cerca de 39,000 toneladas de ropa usada se acumulan en esta región, procedentes de mercados saturados en Estados Unidos, Europa y Asia. Esta situación ha provocado no solo una crisis ambiental, sino también social, afectando directamente a las comunidades locales que ven transformado su entorno natural en un depósito de desechos textiles.
Investigaciones recientes destacan que muchos de estos textiles son incinerados, liberando gases tóxicos y afectando la calidad del aire y la salud de las poblaciones cercanas. La visibilidad de este problema creció internacionalmente cuando imágenes satelitales mostraron la magnitud de estos vertederos, comparables en extensión a ciudades enteras.
El impacto visual de montañas de ropa desechada es solo la punta del iceberg. Debajo de estas capas, se esconde un problema mucho más profundo de contaminación del suelo y recursos hídricos, en una de las zonas más áridas del planeta. La ropa, compuesta en gran parte por fibras sintéticas, tarda cientos de años en descomponerse, lo que agrava el daño ambiental a largo plazo.
Organizaciones locales e internacionales han comenzado a presionar para que se implementen políticas más estrictas en la gestión de residuos textiles. Sin embargo, la falta de infraestructura legal y la lejanía geográfica complican la regulación y el manejo adecuado de estos desechos.